Hace unos 20 años, cuando me gradué en Veterinaria, el censo de ganaderías de vacas de carne en España era de aproximadamente 200.000, con un total de unos 1,5 millones de vacas, que producían alrededor de 4 millones de toneladas de carne al año. En aquel entonces, una explotación típica producía unos 15.000 kilos de carne al año, con 10 vacas que promediaban 1.500 kilos cada una. Hoy en día, menos del 3% de esas ganaderías siguen operativas; sin embargo, el país ahora produce una cantidad significativamente mayor de carne con un censo mucho menor de animales.
Estos datos pueden resultar sorprendentes, independientemente del conocimiento previo que se tenga sobre el tema. La reacción puede variar desde la incredulidad hasta la nostalgia, pasando por la resignación, la indignación o la indiferencia. Es innegable que esta tendencia de producir más con menos se ha observado en todo el mundo, desde Europa hasta Estados Unidos y Nueva Zelanda. La eficiencia ha aumentado en todos los sectores ganaderos, y es probable que esta tendencia continúe en un mercado cada vez más competitivo.
La Unión Europea, que solía ser un bastión de protección y abundancia, sigue siendo líder mundial en producción de carne, pero el éxodo de ganaderos persiste. Ante esta constante disminución de productores y ganado, es crucial preguntarse por qué algunos han abandonado la actividad mientras otros siguen adelante.
Actualmente, muchos productores activos tienden a aferrarse a antiguos conceptos del sector, posponiendo la necesidad de adquirir nuevos conocimientos, autoevaluarse críticamente y analizar racionalmente las oportunidades presentes y futuras.
No es suficiente confiar únicamente en la mejora del precio de la carne, la reducción de los costos de alimentación, el proteccionismo estatal, la constante confianza del consumidor o las recomendaciones del experto de turno. Cambiar la infraestructura de la granja sin una estrategia sólida tampoco es la solución. Aquellos que basan su éxito en estos factores son, en mi opinión, los más propensos a abandonar la actividad.
Creo firmemente que los factores que más contribuyen a la supervivencia de una ganadería son la pasión por el trabajo y el control sobre el propio destino. Sin embargo, esto no es suficiente; cada ganadero debe asegurarse de que su actividad le proporcione ingresos y tiempo suficiente para satisfacer sus diversas necesidades.
La clave para gestionar una ganadería de vacas rubias, como en cualquier negocio, es enfocarse en identificar y mejorar los aspectos necesarios. No basta con pensarlo, es fundamental ejecutar bien estos cambios, los cuales deben tener un impacto positivo en la economía del negocio.
Hoy en día, una nueva frase cobra relevancia: “Una granja gestionada con pasión puede ser rentable, y una granja rentable permite vivir con pasión”.